04 Apr Las máscaras del alma: cuando la religiosidad oculta la realidad

La pandemia nos enseñó a vivir tras una máscara física, pero hace mucho que llevamos máscaras espirituales. Nos ponemos la máscara del “cristiano perfecto” los domingos, la del “guerrero de oración” en las vigilias, la del “siervo humilde” en el ministerio. Y al igual que muchos jóvenes que siguen usando mascarillas para ocultar su acné, nosotros mantenemos nuestras máscaras espirituales para esconder nuestras imperfecciones.

Lo más peligroso no es usar la máscara, sino olvidar que la llevamos puesta. Como aquel que busca sus lentes mientras los tiene sobre la cabeza, podemos volvernos tan hábiles en nuestro fingimiento que olvidamos quiénes somos realmente. La máscara se fusiona con nuestro rostro hasta que ya no podemos distinguir entre el personaje y la persona.

Pero Dios no llamó a actores, llamó a hijos. No busca una representación perfecta de santidad, sino corazones auténticos que, en su imperfección, se atreven a mostrarse tal como son ante Su presencia. La verdadera adoración no ocurre detrás de una máscara, sino en la vulnerabilidad de un espíritu quebrantado y contrito.

El problema no es que tengamos luchas o debilidades; el problema es que pretendamos no tenerlas. Cada máscara que usamos para impresionar a otros se convierte en una barrera más entre nosotros y Dios, entre nosotros y la comunidad auténtica que Él diseñó para nosotros. La invitación de Cristo hoy es radical: “Ven como eres”. No como crees que deberías ser, no como otros esperan que seas, sino como realmente eres. Porque es en esa autenticidad donde el poder transformador de Dios puede obrar verdaderamente. La gracia no necesita nuestras máscaras; de hecho, obra mejor sin ellas.

¿Te atreverías hoy a quitarte la máscara? ¿A ser vulnerable ante Dios y Su pueblo? La libertad que buscas está al otro lado de esa decisión. Porque solo cuando nos atrevemos a ser reales, experimentamos el poder real de Dios en nuestras vidas.

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