11 Apr El fruto de la fe auténtica: evidencias de una vida transformada.
La fe genuina, como un árbol vigoroso, inevitablemente produce fruto. No es una opción; es una ley espiritual tan cierta como la gravedad. Cuando Jesús maldijo la higuera que tenía hojas pero no fruto, estaba haciendo más que una demostración de poder; estaba estableciendo un principio eterno: la verdadera fe siempre se manifiesta en resultados tangibles.
La ausencia de fruto no indica un problema con Dios, sino una desconexión en nuestra fe. Como una rama que parece estar en la vid pero no recibe la savia vital, podemos mantener la apariencia de espiritualidad sin experimentar su poder transformador. Este es el peligro que Jesús señaló repetidamente en los fariseos: tenían la forma de la piedad, pero negaban su eficacia.
El fruto genuino de la fe no se mide principalmente en logros externos, sino en transformación interna. No se trata solo de lo que hacemos, sino de en quién nos convertimos. El verdadero fruto se manifiesta en un carácter cada vez más parecido a Cristo: amor que perdona lo imperdonable, gozo que persiste en el dolor, paz que desafía las circunstancias.
La producción de fruto es un proceso gradual pero inevitable cuando la fe es auténtica. Como el agricultor que planta la semilla y espera con paciencia, podemos no ver el cambio día a día, pero con el tiempo, la transformación es innegable. La persona que antes explotaba en ira ahora responde con paciencia; quien antes vivía en ansiedad ahora descansa en paz.
Esta transformación no es producto de nuestro esfuerzo, sino evidencia de la vida divina obrando en nosotros. Como Jesús dijo: “Separados de mí nada podéis hacer”. El fruto no es algo que producimos, sino algo que brota naturalmente cuando permanecemos conectados a la Vid verdadera. Nuestra responsabilidad no es producir fruto, sino mantenernos conectados a la fuente.
La ausencia de fruto debe llevarnos no a la desesperación, sino al diagnóstico espiritual. ¿Dónde está la desconexión? ¿Qué está bloqueando el flujo de la vida divina en nosotros? A veces, la falta de fruto es la alarma misericordiosa de Dios llamándonos a una fe más profunda y auténtica.
La invitación hoy es a examinar nuestro fruto, no para condenarnos, sino para celebrar la obra de Dios en nosotros o reconocer dónde necesitamos una conexión más profunda con Él. Este es el testimonio más poderoso: una vida visiblemente transformada por la gracia de Dios. No hay argumento más convincente que el fruto genuino de una fe auténtica, porque el fruto verdadero siempre testifica de la realidad de nuestra fe.
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