07 Mar Los 3 errores que cometemos al pecar (y cómo evitarlos)

Cuando fallamos, cuando pecamos, cuando metemos la pata, generalmente caemos en uno de estos tres errores devastadores. Presta atención, porque identificarlos puede cambiar completamente tu vida espiritual. Son errores tan comunes que probablemente has caído en al menos uno de ellos esta semana.

El primer error es tratar de escondernos. Como Adán en el jardín, nos cubrimos con hojas de higuera espiritual, pensando que podemos ocultar nuestros errores de Dios. Nos escondemos detrás de excusas, justificaciones y negaciones. Dejamos de ir a la iglesia, evitamos a las personas que nos conocen, creamos una vida de secretos pensando que nadie lo notará.

El segundo error es igual de peligroso: vivir desordenadamente. Es cuando decimos “ya que fallé, ¿qué más da?” y comenzamos a normalizar el pecado. Es cuando publicamos nuestros errores en redes sociales como si fueran trofeos. Es hacer de lo anormal, normal. Es cuando justificamos nuestras acciones diciendo “todo el mundo lo hace” o “los tiempos han cambiado”.

Y el tercer error es la trampa religiosa: volvernos tan estrictos que perdemos la vida abundante que Jesús prometió. Nos convertimos en fariseos modernos, tan ocupados siguiendo reglas que olvidamos la relación con Dios. Creamos una lista interminable de restricciones pensando que eso nos hará más santos.

La solución no es ninguno de estos extremos. La respuesta es simple pero poderosa: arrepentimiento genuino y transparencia ante Dios. Como David, que cuando fue confrontado con su pecado, no se escondió, no lo normalizó, ni se volvió religioso. Simplemente dijo: “Pequé contra ti, Señor.”

Recuerda: Dios no está buscando perfección, está buscando honestidad. No quiere que te escondas, que normalices el pecado, ni que te vuelvas religioso. Quiere que vengas a Él tal como eres. Quiere restaurarte, no condenarte.

La próxima vez que falles, resiste estos tres errores. No te escondas, no normalices el error, no te vuelvas religioso. En lugar de eso, corre hacia Dios, no lejos de Él. Confiesa, arrepiéntete y acepta Su perdón. Es el único camino hacia la verdadera libertad.

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