20 Nov Concéntrate en esto
Conocer el carácter de Dios, conocer Su naturaleza, hermano, cuando en realidad tú sabes que, por ejemplo, Él es amor. Él no “tiene” amor; Él es amor. Entonces, no hay duda en tu mente de lo que tú debes recibir de Dios. Así que, como creyentes, no podemos tenerle miedo a la meditación. Lo que pasa es que nosotros meditamos de forma diferente a como lo hace el mundo. Nosotros lo hacemos estudiando la Palabra, leyendo la Palabra, repitiendo la Palabra.
Toma el Salmo 23 y repítelo una vez, 10,000 veces si es necesario. Toma el Salmo 90 y haz lo mismo. Escoge versículos bíblicos y repitelos 10,000 veces. ¿No te los sabes de memoria? Haz un listado y dilo una y otra vez: una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Pero no lo digas cuando estás dormido, no lo digas cuando estás acostado. ¡Levántate!
Camina por la casa y repítelo. Di: “¿Sabes qué? Voy a sacar una hora para repetir este verso, para repetir esta escritura, y lo voy a creer, lo voy a creer, lo voy a creer”. Repítelo, dilo, háblalo, hasta que la Palabra de Dios penetre en tu vida. Te darás cuenta de que comenzarás a vivir por el estándar que la Palabra de Dios establece dentro de ti. Así es como metes los pensamientos de Dios en tu cabeza, y así se forma tu carácter. Todo aquel que no lo haga perderá la mayor oportunidad de tener un carácter renovado.
Para renovar nuestro carácter, hay dos claves fundamentales. La primera: enfócate en el carácter de Dios. Nuestros pensamientos deben estar inundados por la verdad de quién es Él, no por lo que hace. No pienses solamente en todo lo que Dios puede hacer, sino en cómo es Él.
Cuando Pablo dice en Colosenses que pongamos nuestra mirada en las cosas de arriba, en Cristo Jesús, significa que debemos enfocarnos en el carácter de Dios: quién es Él, cómo es Él.
Veamos como lo explica el libro de Lucas, capítulo 18: “También les refirió una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo, pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo me agote la paciencia”.
La primera enseñanza es la perseverancia. Esta viuda insistió, perseveró, oró, pidió, y no se rindió. Tanto insistió, que finalmente se le concedió su petición. De esta escritura aprendemos el principio de pedir sin desmayar. Parte de nuestras peticiones se contestarán en la medida en que seamos consistentes y persistentes en la oración. Esto contradice lo que algunos dicen: que si oras más de una vez por lo mismo es porque no tuviste fe la primera vez. Pero hay oraciones que debemos hacer todos los días. Por ejemplo, si tu hijo no se ha convertido, debes orar por él todos los días y no desmayar.
La segunda enseñanza es enfocarnos en el carácter de Dios. La parábola continúa diciendo: “Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a Él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” La enseñanza es clara: si un juez injusto sabe responder a la insistencia de una viuda, ¡cuánto más Dios, que tiene un carácter de justicia! Como en otras ocasiones, el Señor enseña: “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos?”.
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